La inspiradora transformación de Maryuly Gutiérrez: autoaceptación, estilo y autocompasión
Estilo y salud mental
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¿Qué relación tienes con tu cuerpo y con tu estilo? Sobre esto converso con mi amiga Maryuly Gutiérrez, una mujer cuya historia de vida está llena de matices, desafíos interiores y un viaje inspirador hacia la autoaceptación. En este episodio, Maryuly abre su corazón sobre cómo ha evolucionado la relación con su imagen personal, desde los complejos sembrados en la niñez hasta el proceso de sanación y reconciliación consigo misma en la adultez.
Mar, como yo la llamo, admite que aceptar la invitación no fue fácil. Las cámaras, las fotografías e incluso la conversación sobre ropa representaban un reto enorme debido a sus inseguridades. Sin embargo, decidió dar el paso como un acto de coherencia con el trabajo personal que viene realizando. Si está aprendiendo a aceptarse, enfrentarse a sus miedos era un desafío necesario. El resultado es una plática íntima y sin filtros sobre identidad, cuerpo y estilo personal, donde abundan las emociones sinceras y las reflexiones profundas.
Heridas de la infancia: cuando la apariencia pesa demasiado
Mar creció entre dos mundos opuestos. Hija de padres divorciados, desde muy pequeña sintió que tenía que “dividirse” en dos para complacer expectativas contradictorias. Con su papá predominaba la disciplina estricta: nada de maquillaje, uñas sin pintar y cabellos apenas recortados bajo permiso.
Él veía la ropa solo como necesidad, no como expresión, y compraba atuendos idénticos para Mar y sus hermanas en la plaza de mercado – vestidos elegidos para cumplir, sin espacio para gustos personales. Además, cualquier cambio físico era motivo de comentario duro: si Mar volvía de visitar a su mamá con la piel más oscura por el sol, su padre se disgustaba – “¿Por qué llegaste tan negra? Te ves fea así,” solía reclamarle. Si había subido de peso, también era motivo de crítica. Aquella niña aprendió temprano que, para su familia, su apariencia siempre estaba bajo escrutinio. Y esas palabras de un padre dejan huella: estar expuesta a constantes comentarios negativos o desaprobación por parte de los padres puede marcar la psique de un niño, afectando gravemente su seguridad y autoestima.
Con su mamá, en cambio, la dinámica era distinta. Mar describe cómo su madre buscaba vestirla de formas más modernas e incluso algo atrevidas al entrar en la adolescencia: blusas cortas que dejaban ver el abdomen, vestidos ceñidos y faldas más cortas. Pero estos intentos de “ponerla bonita” chocaban con la inseguridad que ya habitaba en Mar.
Después de años escuchando que debía ocultar su cuerpo, exhibirlo se sentía abrumador. Prendas que acentuaban su figura solo resaltaban los complejos sembrados: “La ropa se convirtió en una forma de tapar mis ‘defectos’,” recuerda.
En ese tira y afloja entre dos estilos de crianza, Mar creció creyendo que su cuerpo nunca estaba “bien”: o era demasiado algo para unos, o muy poco para otros.
Adolescencia y autocrítica: “Siempre sentí que no encajaba”
La adolescencia trajo nuevos retos a su autoestima. Mar descubrió que los estándares de belleza podían cambiar de un lugar a otro, pero la presión por encajar seguía presente. Al mudarse de la ciudad fría de Rionegro a un pueblo de clima cálido en el Bajo Cauca, notó que el ideal de belleza local era casi opuesto: allá se alababa la piel clara y las curvas pronunciadas – caderas anchas, glúteos grandes, piernas voluminosas.
Siendo delgada y de tez más morena, Mar quedó expuesta a burlas crueles en el colegio. “Decían que tenía menos cola que un gato parado", comparte sobre aquellos comentarios hirientes que recibía con apenas 14 o 15 años. También se metían con cualquier “gordito” en su espalda o con la forma de su cuerpo en desarrollo. Cada burla caló hondo en su mente adolescente, afirmándole la idea de que no era suficiente.
Ante esas críticas, Mar adoptó una especie de escudo: su ropa. Empezó a vestir pensando en ocultar todo aquello que otros consideraban defectos. Si podía cubrirlo con tela, lo cubría. Si podía resaltar algo “bonito” para compensar, lo hacía. Así, por ejemplo, usaba chaquetas o suéteres para esconder la espalda y prefería prendas sueltas en la parte inferior porque le acomplejaba no tener las curvas “ideales”.
Al mismo tiempo, aprovechaba que tenía busto para lucir escotes moderados – de alguna forma intentando cumplir con alguna expectativa de belleza para recibir aprobación. “Mi forma de vestir giraba en torno a tapar lo que podía tapar y resaltar lo que podía resaltar,” confiesa sobre esa época.
No sorprende: los expertos señalan que el body shaming suele provocar insatisfacción corporal y el deseo de modificar u ocultar el cuerpo propio. Mar lo vivió así; por fuera se armaba con ropa estratégica, pero por dentro cada halago efímero o crítica nueva la dejaban vacilante.
Mar cuenta que siempre fue catalogada de “demasiado sensible” por su familia y gente cercana. Lloraba con facilidad ante los comentarios y le dolían más de lo que los demás podían entender. “Toda mi vida sentí que no encajaba, que algo pasaba conmigo,” admite.
Esa sensación de ser “la rara” o “la débil” por afectarle tanto la opinión ajena la acompañó durante años, minando su autoestima. Con el tiempo, esos sentimientos la llevaron a buscar respuestas más allá de la moda o la apariencia: necesitaba entender qué pasaba dentro de ella.
Rompiendo el molde: descubrir su identidad y cuidar su salud mental
En la universidad y entrada en la adultez temprana, Mar continuó librando batallas internas. La joven que se había acostumbrado a complacer a todos menos a sí misma decidió que era hora de buscar ayuda.
Comenzó un periplo por la psicología tradicional, pero a inicios de la década de 2010 la salud mental seguía rodeada de estigmas. Le decían que no tenía motivos para sentirse mal – al fin y al cabo, tenía “todo” para ser feliz. Estas respuestas simplistas no aliviaron su ansiedad ni aclararon sus dudas; por el contrario, la hicieron sentir más incomprendida.
Lejos de rendirse, Mar tomó la investigación por su cuenta. Leyó cuanto pudo sobre autoestima, ansiedad y emocionalidad. Poco a poco fue poniendo nombre a aquello que sentía: primero identificó que sufría de ansiedad, luego intuyó que algo más complejo podía estar sucediendo.
La confirmación llegaría años después. En 2024, tras una etapa particularmente difícil en su vida, Mar recibió un diagnóstico que, aunque duro, fue también liberador: Trastorno límite de la personalidad (TLP). Lejos de asustarla, esa etiqueta clínica le dio un marco para entender muchas de sus experiencias. De pronto, gran parte de su historia cobraba sentido: su autoimagen inestable, sus emociones intensas, esa constante sensación de vacío o de no pertenecer, todo era parte de una condición que podía abordarse con las terapias adecuadas.
De hecho, la definición médica del TLP calzaba con lo que ella había vivido: es un trastorno caracterizado por un patrón persistente de inestabilidad emocional, alteración de la identidad y sentimientos crónicos de vacío, entre otros síntomas. Supo entonces que no estaba “rota” ni era dramática sin razón; había una explicación y, mejor aún, había esperanza de sanación. “Fue transformador recibir el diagnóstico,” admite. Por fin, Mar se sintió vista y comprendida – ya no era “la única” ni estaba simplemente loca por sentir tanto, sino que podía empezar a trabajar en ello con herramientas concretas.
En paralelo a ese despertar interno, la vida la empujó a fortalecerse. A los veintitantos, Mar tuvo que dejar la universidad y empezar a trabajar cuando la economía familiar cambió. Convertirse en una mujer independiente a temprana edad le enseñó a tomar decisiones por sí misma, sin la sombra de sus padres definiendo cada paso.
Se mudó, experimentó la libertad de elegir su propio corte de cabello, su estilo personal y su camino profesional. Aunque esos años estuvieron llenos de tropiezos y crecimiento, Mar reconoce que ganar autonomía fue crucial para reconstruir su identidad lejos de las voces que la habían condicionado.
Hacer las paces con el cuerpo: un acto de amor propio
Un punto de inflexión en la historia de Mar fue cuando decidió reconciliarse con aquello que por tanto tiempo fue su mayor complejo físico. Después de años batallando con la imagen de su cuerpo –y de probar dietas extremas y pastillas peligrosas que solo dañaron su salud–, tomó una decisión muy personal: someterse a una cirugía estética.
Mar optó por una lipotransferencia para armonizar su figura, especialmente aumentar el volumen de sus glúteos, algo que siempre deseó. ¿La diferencia esta vez? La motivación venía desde el amor propio y no desde la presión externa. “Yo no lo hice por los demás; lo hice por sentirme bien conmigo misma,” explica con firmeza. Sabía que su valía no dependía de una talla o una curva, pero también entendía que, si existía la posibilidad de quitarse una inseguridad de encima, podía aprovecharla. “Si puedo soltar uno de mis complejos, ¿por qué no hacerlo?” recuerda haber pensado.
La cirugía resultó ser un paso liberador. No porque cambiara mágicamente todo su mundo interno, sino porque le permitió a Mar mirar al espejo con una sonrisa genuina por primera vez en mucho tiempo. Con ese peso menos sobre los hombros (o mejor dicho, sobre las caderas), algo cambió también en su manera de vestir. Ya no sentía la necesidad de esconderse tanto.
Empezó a experimentar con ropa que antes evitaba, descubriendo piezas que le hacían sentir cómoda y atractiva para ella misma. Recuperó el gusto por la moda como forma de expresión, más que como armadura. “Siempre me ha gustado tener un elemento diferenciador en mi estilo que diga ‘esta soy yo’,” afirma. Ahora por fin se atrevía a lucir ese elemento único con orgullo, sin pedir disculpas por no encajar en un molde fijo.
Por supuesto, Mar es la primera en aclarar que ninguna transformación externa tiene valor si no viene acompañada de un trabajo interior. En su caso, cada cambio en su aspecto fue de la mano con terapia, lectura de desarrollo personal y prácticas espirituales que la han ayudado a cultivar la autocompasión.
Esa palabra –autocompasión– se convirtió en su mantra. Aprendió a perdonarse por no ser perfecta, a entender sus ciclos hormonales y emocionales, y a respetar los días en que simplemente no se siente bien con su reflejo. “Hay días en que no me veo bien y está bien sentirlo,” dice, reconociendo la naturaleza cambiante de la autoimagen, especialmente en las mujeres. La diferencia ahora es que ya no se queda atrapada en ese pensamiento; sabe que pasará, que es parte de un ciclo, y que no define su valor.
El poder de la autocompasión: ser tu mejor amiga todos los días
Llegar a este punto no ha sido un camino lineal ni fácil. Ha requerido que Mar confronte dolorosos fantasmas del pasado y tome decisiones difíciles en el presente. Una de esas decisiones fue poner límites a las influencias tóxicas, incluso dentro de su propia familia. Cansada de los comentarios negativos sobre su cuerpo cada vez que visitaba a ciertos parientes, decidió tomar distancia. “Yo no puedo cambiar a esas personas, pero sí puedo elegir alejarme,” reflexiona.
Este acto de valentía le permitió comprobar algo importante: cuando te rodeas de gente que te quiere por quien eres y no por cómo te ves, es más sencillo sanar la relación contigo misma. Al fin y al cabo, a veces es el entorno el que nos impulsa hacia abajo; por eso los psicólogos aconsejan juntarse con aquellas personas que sacan a relucir lo mejor de uno. No tienes por qué aguantar comentarios que te hieren, aunque vengan de familiares. Poner límites sanos con quienes te critican sin empatía es también una forma de amor propio.
En la conversación, Mar comparte varias estrategias personales que le han servido en su proceso de reconstrucción de autoestima. Una de las más poderosas fue proponerse, el año pasado, ser su propia mejor amiga. ¿Qué significa eso en la práctica? Principalmente, aprender a hablarse con el mismo amor y respeto con que trataría a alguien querido.
En vez de mirarse al espejo y atacarse con insultos o críticas –un hábito aprendido tras años de autoexigencia–, ahora intenta buscar una mirada más comprensiva. “Las palabras tienen poder,” afirma Mar con convicción. “Si me repito algo negativo una y otra vez, termino por creérmelo y sentirme así. Por eso, ahora cuido mucho lo que me digo a mí misma”. La ciencia le da la razón: las palabras, especialmente las positivas, tienen un profundo poder para moldear nuestra autoestima. De hecho, cultivar un diálogo interno positivo es clave para construir una mejor autoimagen; muchas personas con inseguridades tienden a hablarse de forma dura, por eso es esencial cambiar ese tono con uno mismo.
Identificar de dónde vienen esas voces internas ha sido otro paso clave. Cada vez que surge el pensamiento “no me veo bien” o “tengo que cambiar para gustarle a los demás”, Mar hace una pausa y analiza: ¿Realmente nace de ella esa idea, o es el eco de alguna opinión ajena del pasado? ¿Acaso es un mal día producto del cansancio o las hormonas? Este ejercicio de autoindagación la ayuda a restarle poder a las críticas internas injustas.
Y es que la mayoría de nuestros complejos son aprendidos: uno no nace odiando su cuerpo, es algo que los niños aprenden de la manera en que los demás juzgan las diferencias físicas. Por eso, si Mar reconoce que una voz negativa es heredada de algún comentario dañino, conscientemente la descarta. Y si, por el contrario, siente que algo le incomoda de forma genuina, busca abordarlo desde el autocuidado (ya sea iniciando nuevos hábitos saludables o simplemente aceptando eso que la hace única).
Antes de cerrar el episodio, Mar ofrece unas reflexiones valiosas para cualquiera que alguna vez se haya sentido inconforme frente al espejo. Aquí sintetizamos sus consejos, nacidos de la experiencia propia:
- Practica la paciencia contigo: La relación con tu cuerpo tiene altibajos. Habrá días buenos y malos, y es normal. No te castigues por no sentirte siempre segura; date el tiempo y el permiso de experimentar tus emociones.
- Háblate con amor, sé tu mejor amiga: Si no le dirías algo cruel a tu amiga íntima, ¿por qué decírtelo a ti? Cambia el diálogo interno crítico por uno más compasivo. Recuerda que tener un diálogo interno positivo puede ayudarte a crear una mejor autoestima, mientras que hablarte con dureza solo la minará. Celebra tus logros, reconoce tu belleza única y perdónate por tus imperfecciones.
- Cuestiona las voces negativas: Cada vez que te asalte un pensamiento destructivo sobre tu apariencia, pregúntate de quién es esa voz. ¿Viene de tu propia convicción o es la internalización de los prejuicios de otro (familia, sociedad, redes sociales)? Si ese juicio no nació de ti, déjalo ir. No cargues con definiciones ajenas; la mayoría de esos complejos se adquieren por lo que otros nos hicieron creer.
- Rodéate de personas que sumen: No tienes por qué aguantar comentarios que te hieren de quienes dicen quererte. Pon límites sanos con familiares o amigos que te critican sin empatía. Busca compañías que te apoyen en tu proceso de quererte más, no que te hundan. Al final, lo primero es rodearte de personas positivas, que reconozcan tus valores, pues nada contribuye más a sentirse bien que rodearse de quienes sacan lo mejor de ti.
- Haz cambios por las razones correctas: Si hay algo de tu imagen que realmente te causa malestar y está en tus manos transformarlo de forma saludable, no está mal considerarlo. Mar, por ejemplo, recurrió a una cirugía estética tras meditarlo mucho y estando segura de hacerlo por ella, no para encajar. Ya sea bajar de peso por salud, probar un nuevo estilo de ropa o cualquier cambio estético, que sea porque tú lo deseas y te hará sentir mejor contigo, no por presión externa. (Recuerda: verse bien puede ser por uno mismo, no por superficialidad.)
- Agradece y acepta tu cuerpo: En lugar de enfocarte solo en lo que cambiarías, piensa en todo lo que tu cuerpo hace por ti cada día. Agradece tener un cuerpo que te permite vivir, sentir, moverte. Si lo ves como tu instrumento para caminar, trabajar, bailar y abrazar a quienes quieres, tu autoestima no se basará tanto en la apariencia (que siempre cambia) sino en cosas más profundas y valiosas como tu salud y personalidad. Desde esa gratitud es más fácil aceptarse y hasta encontrar belleza en las diferencias.
La historia de Maryuly Gutiérrez nos recuerda que detrás de cada prenda de ropa hay una historia, y detrás de cada estilo hay una voz buscando expresarse. Su valentía al compartir inseguridades tan personales y su camino hacia la autoaceptación resultan inspiradores para cualquiera que haya sentido el peso de las expectativas sociales sobre sus hombros.