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Del culto al cuerpo a cultivar el alma

Cómo afrontar la presión estética en hombres, con Stiwar Ramírez

Perfil - Entrestilos (2)
Por Julio Suárez

El culto al cuerpo ya no es un tema exclusivo del mundo femenino. Cada vez más hombres enfrentan la presión de tener el “cuerpo perfecto” en una sociedad obsesionada con la imagen física. Históricamente, las mujeres han llevado la peor parte —se estima que 90% de ellas están insatisfechas con su apariencia corporal, frente a entre un 20% y 40% de los hombres—, pero la brecha se cierra. En el caso masculino, el modelo suele ser el del hombre musculoso, fuerte y “sin debilidades”, generando una presión silenciosa que muchos internalizan sin hablarlo abiertamente.

 

Siempre he pensado que la obsesión por la apariencia física no debería definirnos, pero es innegable que hoy vivimos en una era donde la imagen lo es casi todo. Durante mucho tiempo se asumió que el culto al cuerpo era un fenómeno reservado a las mujeres, sin embargo, cada vez más hombres nos vemos envueltos en esa misma dinámica.

Esa presión cultural se manifiesta en comportamientos cotidianos. Por ejemplo, en la última década ha habido un boom de gimnasios y rutinas fitness, junto a la proliferación de influencers del cuerpo perfecto en Instagram. El resultado: hombres jóvenes que se miran al espejo con las mismas inseguridades que antes se atribuían solo a las mujeres.

Según Psychology Today, hasta un 40% de los hombres reporta insatisfacción con su cuerpo. Esta preocupación puede parecer trivial, pero tiene consecuencias reales en la autoestima, las relaciones personales e incluso la salud mental de los hombres.

 

La historia de Stiwar Ramírez: de la aprobación externa a la transformación personal

En el cuarto episodio de Entrestilos el entrenador personal Stiwar Ramírez me compartió su propia travesía frente al espejo. Desde Envigado Sincero, en Envigado, Stiwar relató cómo pasó de obsesionarse con su físico por validación social a cultivar un equilibrio entre cuerpo y mente.

Desde niño fue deportista, pero en su adolescencia admite que comenzó a ejercitarse buscando aprobación externa: quería lucir fuerte para “encajar” en los estereotipos de masculinidad. “Buscaba mucho la aprobación externa… intentaba modificar mi cuerpo en muchos aspectos, tanto físico como con mis tatuajes, para verme mucho más fuerte y que la sociedad me diera ese cheque (de aprobación)”, confesó durante la charla.

A los 28 años, Stiwar ya tenía el cuerpo musculoso “ideal” y la piel cubierta de tatuajes imponentes. Sin embargo, nada de eso le daba la paz interior que esperaba. El punto de inflexión llegó tras una ruptura amorosa que lo dejó replanteándose todo. A raíz de esa crisis personal —una de las situaciones que, según expertos, suelen detonar cambios profundos en la vida de cualquiera— decidió tomar “responsabilidad” de su rumbo.

Entendió que solo vivir para tener músculos marcados y verse bien por fuera no le garantizaba bienestar por dentro. “Me di cuenta de que la aprobación externa no era lo único… había otra faceta que quería empezar a mejorar y entregarle al mundo”, explicó. Inició así un camino de desarrollo personal que abarcó mente y cuerpo.

Stiwar cambió su perspectiva del entrenamiento: de una actividad centrada en el ego y la apariencia, pasó a verla como una herramienta de crecimiento integral. Hoy se dedica a ser entrenador y guía, no solo en el gimnasio sino en hábitos de vida saludables.

En lugar de autodenominarse “coach fitness” —etiqueta que considera gastada—, prefiere pensar que ayuda a otros a “cambiar formas de ver la vida” a través del ejercicio. Su enfoque incluye trabajo físico, sí, pero también mental: fomentar disciplina, constancia, equilibrio y, sobre todo, amor propio. “El ejercicio me lo pagan, sí, pero en realidad me dedico a cambiar formas de ver la vida desde el punto de vista en que yo la estoy viendo”, resume, enfatizando que su misión va más allá de marcar abdominales.

Curiosamente, esa transformación interna también se reflejó en su estilo externo. Stiwar cuenta que antes vestía ropa muy ajustada para resaltar sus músculos –queriendo “mostrar” su cuerpo trabajado–, mientras que ahora prefiere prendas más holgadas y cómodas, fiel a la estética urbana del rap que le gusta.

Dejó de vestir para complacer expectativas ajenas y empezó a hacerlo para agradarse a sí mismo, una señal de que su seguridad ya no depende de la mirada externa. “Me cansé de querer pertenecer… ahora pertenezco a lo que yo quiero ser, y lo creo yo mismo”, afirma.

 

Entre la salud y la obsesión: el lado oscuro del culto al cuerpo

El testimonio de Stiwar pone en evidencia el delicado límite entre cuidarse por salud y obsesionarse por apariencia. Hacer ejercicio regularmente, comer balanceado y buscar verse bien no tiene nada de malo; de hecho, la actividad física aporta innumerables beneficios psicológicos (reduce la ansiedad y el estrés, mejora la autoestima). El problema surge cuando la búsqueda de un cuerpo “perfecto” se convierte en una obsesión insana.

En nuestra era, señala el psiquiatra colombiano Jorge Alberto Aldás, “el culto excesivo a la belleza corporal y la obsesión por la salud, entendida como perfección según estereotipos sociales, son características de nuestra era, que convirtió al cuerpo en el referente más importante de la identidad”.

Los medios tienden a equiparar la felicidad con tener cierta imagen física, y esa presión por alcanzar un ideal irreal puede detonar serios problemas psicológicos

En los hombres, uno de esos problemas se conoce como vigorexia o dismorfia muscular: un trastorno mental reconocido por la OMS que consiste en la obsesión por ganar músculo y verse más corpulento, sin importar cuánto se logre. Quienes padecen vigorexia nunca se ven lo suficientemente “grandes” o definidos y viven esclavos del espejo.

Las estadísticas sobre vigorexia y trastornos relacionados son alarmantes. En Estados Unidos, por ejemplo, un estudio estimó que un 10% de los hombres que van al gimnasio padecen vigorexia. En España, se calcula que hasta 700.000 personas podrían sufrir este trastorno (popularmente llamado complejo de Adonis), mayoritariamente hombres jóvenes de 18 a 35 años.

Esta obsesión por el músculo conlleva conductas de riesgo: muchos abusan de esteroides anabólicos, suplementos y dietas extremas para acelerar resultados, lo que termina dañando su salud física (daños hepáticos, renales, hormonales). Además, la vida social y emocional se resiente: algunos dejan de salir con amigos, evitan comidas o eventos por miedo a “romper la dieta” y se aíslan para no descuidar su estricta rutinaeldiario.es.

Paradójicamente, algo que comienza como deseo de verse mejor puede desembocar en adicción al ejercicio y en un serio deterioro de la calidad de vida.

Señales de alarma: ¿cómo saber si la búsqueda de un cuerpo fit está cruzando la línea? Los expertos y testimonios como el de Stiwar sugieren prestar atención a estas señales en los hombres:

  • Insatisfacción constante con el cuerpo: verse “demasiado flaco” o “fuera de forma” incluso cuando se tiene un físico atlético, sin aceptar cumplidos ni reconocer los propios progresos.
  • Priorizar el gimnasio sobre todo lo demás: reorganizar la vida diaria en función del entrenamiento, posponiendo obligaciones, estudios o vida social para no saltarse rutinas.
  • Aislamiento social y conductas extremas: evitar reuniones, fiestas o comidas familiares para no consumir nada fuera del plan alimenticio; sentir culpa intensa si se falta a un entrenamiento.
  • Uso de sustancias peligrosas: consumir esteroides, anabólicos u otras sustancias sin supervisión médica para ganar músculo rápidamente, o seguir dietas hiperprotéicas desequilibradas que prometen resultados mágicos.

Si aparecen estas conductas, es momento de buscar equilibrio.

Stiwar, por ejemplo, reconoce que en su etapa más obsesiva llegó a descuidar otros aspectos de su vida por cumplir con el gimnasio y la imagen. Tuvo que “sacudir” su mundo personal para comprender que el verdadero objetivo debía ser estar saludable y feliz, no solo parecer estarlo.

“El ego no es malo –dice–, nos ayuda a tener identidad, pero puede volverse traicionero si dejamos que controle todo”. Aprender a manejar ese ego y a cuestionar los estereotipos impuestos fueron pasos clave en su recuperación de una relación más sana con su cuerpo.

 

La estética en Latinoamérica: entre la cultura y el negocio

El contexto sociocultural latinoamericano juega un rol importante en esta conversación. En países como Colombia, la obsesión por la apariencia física ha calado hondo. Medellín, conocida hoy como “la capital del reguetón”, no solo exporta música urbana sino también un ideal estético ligado a ese mundo: hombres tatuados, musculosos, con ropa de marca y mujeres de figuras voluptuosas.

No es casualidad que Colombia esté entre los 10 países con más procedimientos estéticos del mundo. Según la Sociedad Internacional de Cirugía Plástica, en 2022 Colombia registró más de 732 mil cirugías estéticas (además de casi medio millón de procedimientos no quirúrgicos).

El país incluso se ha convertido en un destino de turismo médico estético: cerca del 31% de los pacientes que se operan en Colombia vienen del extranjero, atraídos por la calidad y costo competitivo de tratamientos que van desde liposucciones hasta implantes.

Dentro de estas cifras, destaca un dato revelador: cada vez más hombres recurren a la cirugía plástica para “mejorar” su cuerpo. A nivel global, los hombres ya representan alrededor del 14% de los pacientes de cirugías estéticas, un porcentaje pequeño pero que creció rápidamente (hace cinco años eran solo el 3%).

En Latinoamérica esa tendencia también se siente. Procedimientos como la ginecomastia (reducción de pecho masculino), lipoesculturas abdominales y marcación de músculos están ganando popularidad entre varones que quieren lograr el cuerpo marcado que ni el gimnasio ni la dieta les han dado.

“Los tiempos están cambiando”, señala la cirujana plástica Primavera Quirot; el hombre latino moderno tiende a cuidar su figura corporal, y muchas veces busca en el quirófano resultados que antes se consideraban territorio femenino.

Este fenómeno plantea preguntas: ¿hasta qué punto estamos convirtiendo la apariencia en sinónimo de éxito? ¿Qué hay detrás de ese afán de “perfección” física? 

Por un lado, es positivo que más hombres se ocupen de su salud y se permitan ser vanidosos sin tabúes. Por otro, preocupa que se normalice someterse a cirugías o rutinas extremas simplemente por encajar en un estándar estético de moda.

La cultura del reguetón y de las redes sociales proyecta imágenes de cuerpos masculinos hipermarcados, tatuados y ostentosos, que muchos jóvenes toman como modelo de masculinidad exitosa. Sin una orientación crítica, esto puede reforzar la idea de que el valor de un hombre reside en sus músculos o en su “facha”, algo tan reduccionista como nocivo.

 

Hacia una masculinidad más sana y consciente

Mi conversación con Stiwar me dejó una lección esperanzadora: es posible abrazar un estilo de vida fitness sin caer en la esclavitud de la imagen. Stiwar insiste en que la clave está en el propósito con que se hacen las cosas. Entrenar por bienestar, por superar límites propios y por salud, ; entrenar solo por likes, por aprobación ajena o por llenar vacíos emocionales, no.

“Mover el cuerpo es para todos, el detalle está en aprender cómo y por qué lo hacemos”, comenta. Él anima a sus clientes (a quienes llama “guerreros”) a educarse: entender de alimentación, conocer cómo funciona el cuerpo, escuchar las señales de fatiga. Empoderarse con conocimiento para no depender eternamente de un entrenador ni de soluciones mágicas. Al final, el objetivo es que cada persona sea líder de su propio cambio.

También aboga por equilibrar las metas físicas con las mentales. Mejorar hábitos de sueño, cultivar relaciones sanas, trabajar la autoestima y la disciplina en todos los ámbitos.

“Uno está en constante desarrollo y muchas personas también; lo que hago es ser una guía desde mi experiencia”, dice, enfatizando la importancia de compartir lo aprendido. Historias como la suya contribuyen a normalizar que los hombres hablen de estos temas —inseguridades, autoestima, salud mental— sin temor a parecer vulnerables. 

De hecho, abrir ese espacio de conversación puede salvar vidas: en Latinoamérica se ha visto un preocupante aumento de problemas de salud mental en hombres (la tasa de suicidio masculino creció de 5.7 a 7.9 por 100.000 habitantes en la última década), en parte porque muchos no buscan ayuda a tiempo por miedo o vergüenza. Romper el silencio alrededor de la presión estética masculina es un paso necesario para cambiar esta realidad.

En conclusión, el culto al cuerpo tiene dos caras. Por un lado, nos recuerda la importancia de cuidarnos, de mantenernos activos y saludables en una época sedentaria.

Por otro lado, nos advierte sobre el riesgo de reducir nuestro valor personal a una talla de camiseta o al volumen del bíceps. Encontrar el punto medio es el desafío.

Como señala Stiwar, el cuerpo es “una herramienta para vivir” y disfrutar, no una armadura vacía para exhibir. La invitación es a cultivar el cuerpo con conciencia, entendiendo que la verdadera fortaleza está tanto en los músculos como en la mente y el corazón.

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