¿Qué significa vestirse “como hombre”?
Masculinidad, ropa y libertad con Francer Cardona y Hombre Sintiente
.png?width=150&height=150&name=Perfil%20-%20Entrestilos%20(2).png)
Durante años creí que “vestirme como hombre” era una forma de agradar. De no llamar la atención. De pertenecer. Pero grabar este episodio de Entrestilos con Francer Cardona —creador del círculo de hombres Hombre Sintiente— me mostró algo: el estilo masculino puede ser una puerta hacia la reflexión más íntima sobre el hombre que soy… y el hombre que quiero dejar de ser.
Nos sentamos a conversar en la librería Libros y Café, en Envigado, y desde los primeros minutos entendí que esta conversación no iba a ser sobre la ropa que usa Francer: iba a ser sobre cómo los hombres aprendimos a mirar el cuerpo desde la exigencia, a reprimir y a elegir la indumentaria según lo que dicta la masculinidad tradicional. Pero también hablamos de lo otro: del cambio cultural que se gesta en espacios como los círculos de palabra, donde lo importante no es cómo te ves, sino cómo te sientes
La herencia del machismo: disciplina, pelo corto y pantalones largos
Las experiencias de Francer no son excepcionales: ilustran la manera en que la cultura machista tradicional moldea la imagen masculina desde temprana edad. En muchas familias latinoamericanas, aún persisten ideas rígidas sobre la apariencia “correcta” de un hombre. El corte de pelo al ras (“calveado” como él mismo me dijo) es visto como sinónimo de disciplina y virilidad –una asociación que se remonta incluso a prácticas militares de antaño y que pervive en la educación de generaciones de padres a hijos.
En este sentido, Francer recuerda cómo su padre, siguiendo esa lógica, lo sentaba mensualmente para cortarle el cabello casi al rape. Con el tiempo, esa costumbre se normalizó tanto que, incluso ya de adulto, él mismo continuó afeitándose la cabeza por cuenta propia, convencido de que así se veía “bien” y acorde a lo que se esperaba de él.
Otro ejemplo revelador surge de los viajes de Francer por Colombia. En sus recorridos por zonas rurales observó que ningún hombre local usaba pantalón corto en días calurosos –prenda relegada solo a los turistas extranjeros. Para muchos de esos campesinos, mostrar las piernas estaba “mal visto” en un hombre adulto. Este detalle cotidiano, casi anecdótico, refleja hasta qué punto persisten códigos de vestimenta diferenciados por género en la sociedad. La norma implícita es clara: el hombre debe cubrirse, mostrarse recio y austero; la mujer, en cambio, puede permitirse más adornos o delicadezas.
Estos mensajes se interiorizan y pueden acompañar a la persona toda su vida, afectando su autoestima y su forma de relacionarse con los demás.
De los conciertos de rock al perreo: cultura pop e identidad masculina
La forma en que los hombres se visten y expresan con su apariencia no solo viene dictada por la familia o la tradición; la cultura popular y la música tienen una enorme influencia en la identidad masculina. En el caso de Francer Cardona, su adolescencia estuvo marcada por la escena rockera en Medellín a inicios de los 2000. Creció en el barrio Manrique –conocido entonces por su vibrante comunidad metalera– y adoptó muchos elementos estéticos de ese entorno: predominaban las camisetas negras, los jeans ajustados, el pelo largo en sus amigos (aunque él no podía llevárselo así por la restricción paterna) y una actitud contestataria frente a lo establecido. Aun así, incluso en esa etapa rebelde, Francer mantuvo cierto eclecticismo: nunca se uniformó completamente con un solo estilo. Podía preferir la ropa oscura, pero no usaba únicamente camisetas de bandas ni accesorios de cuero; a veces combinaba prendas más neutras o de colores distintos, configurando así un estilo propio dentro del mundo alternativo.
A mediados de los 2000, Medellín (y toda Latinoamérica) experimentó un cambio cultural masivo con la explosión del reguetón. La ciudad se convirtió en la meca mundial de este género urbano, catapultando a artistas locales al estrellato global. Esta ola musical trajo consigo una estética muy particular: gorras planas, ropa holgada (o streetwear de lujo), cortes de cabello degradados con diseños, joyería ostentosa, e infinidad de tatuajes inspirados en la cultura hip-hop. Para un joven rockero como Francer, el reguetón al principio representaba casi la antítesis de sus valores e incluso de su gusto estético. Sin embargo, la presión social no tardó en aparecer: “Aquí, si uno no sabe bailar…”, comenta. Los códigos de la masculinidad latina incluyen, tácitamente, el saber moverse en la pista. Así que, aunque la música no le atraía, Francer aprendió a bailar reguetón para poder encajar en las fiestas y discotecas de su generación. “Yo no me voy a quedar en la esquina viendo a los demás”, pensó.
Lo interesante es que, con el paso del tiempo, las fronteras entre tribus urbanas se han difuminado. La generación de adolescentes y veinteañeros de hoy muestra una actitud mucho más flexible y experimental con la moda y la identidad. Es común ver a chicos que un día asisten a un concierto de punk y al siguiente bailan música urbana, adoptando elementos de cada estilo sin sentir que traicionan una pertenencia.
Francer ha vivido en carne propia esa transición hacia la libertad estilística. Si bien en su adolescencia combinaba influencias por intuición, hoy reflexiona conscientemente sobre ello. Ya no teme al color ni a las prendas “llamativas”. De hecho, confiesa que una vez asistió a una fiesta temática organizada por amigos de la comunidad LGBTIQ+ donde, animado por la confianza del grupo, se atavió con accesorios estrafalarios e incluso se “trepó” en unos tacones por primera vez para una improvisada sesión de fotos. Lo que antes le hubiera avergonzado o hecho sentir “menos hombre”, ahora le divierte. “Yo sé perfectamente quién soy –soy heterosexual– y ponerme un disfraz diferente no va a cambiar eso”, afirma con naturalidad. Este tipo de experimentos lúdicos le han ayudado a comprobar que la masculinidad propia no se debilita por usar tal o cual prenda, sino que al contrario, se fortalece cuando uno está seguro de su identidad.
Nuevas masculinidades: del silencio emocional a los círculos de palabra
Tras décadas oyendo que debían “aguantarse como machos” y no hablar de sus sentimientos, hoy algunos varones están rompiendo el silencio emocional. Francer es uno de ellos. En 2022 decidió fundar un proyecto llamado Hombre Sintiente, un círculo regular donde hombres comunes se reúnen para conversar abiertamente sobre lo que sienten, sus inquietudes y la forma en que viven su identidad masculina. “Si nosotros los hombres somos parte del problema (de la violencia machista, por ejemplo), ¿por qué no hay espacios seguros donde podamos hablar de estos temas y liberarnos de tanta presión?”, se preguntaba al concebir la idea. Sin ser psicólogo de profesión ni pretender dar terapia, puso en marcha las primeras reuniones en un café, invitando conocidos y difundiendo el encuentro en redes. En un inicio llegaron apenas algunos participantes; hoy los encuentros convocan a un asiduo grupo de distintas edades, orientaciones sexuales y contextos socioeconómicos.
Francer estableció unas reglas básicas dentro del grupo para propiciar ese un ambiente seguro: la participación es voluntaria (nadie está obligado a hablar si prefiere solo escuchar), lo compartido es confidencial, y no se trata de competir ni de pontificar, sino de aprender unos de otros. Muchos hombres nunca habían compartido con amigos sus miedos, o sus derrotas, por miedo a parecer débiles. En el círculo, en cambio, descubren que no están solos en sus inseguridades. Poco a poco, la catarsis colectiva va desterrando la vergüenza.
Las consecuencias del “analfabetismo emocional” masculino han sido graves tanto para las mujeres como para los propios hombres. Colombia, al igual que otros países, enfrenta cifras dolorosas de violencia de género en las que los agresores son casi siempre varones formados bajo el machismo. Y en el plano interno, los hombres también sufren y son víctimas de ese modelo, aunque históricamente se haya hablado menos de ello. De hecho, la tasa de suicidios consumados en hombres supera con creces la de mujeres en la mayoría de sociedades. Según datos de Medicina Legal, solo en 2021 se registraron 2.595 suicidios en Colombia, de los cuales 2.101 (más del 80%) fueron hombres.
Por fortuna, la generación joven parece más consciente de estos peligros y más dispuesta a cambiar. En ciudades como Medellín, las autoridades y ONG locales han comenzado a impulsar programas piloto –líneas de atención psicológica especial para varones, talleres de paternidad positiva, etc.– con el fin de derribar el estigma que equipara pedir ayuda con ser “menos hombre”.
Reinventar al hombre: hacia un futuro sin estereotipos
El camino hacia una masculinidad más sana, libre e igualitaria está lejos de terminar, pero los cimientos del cambio ya se están colocando. Las conversaciones que antes parecían impensables –hombres discutiendo abiertamente sobre ansiedad, abrazándose al llorar, confesando que aman tejer o cocinar– empiezan a normalizarse poco a poco en diversos entornos.
En últimas, la “nueva” masculinidad no se trata de imponer otro molde, sino de romper todos los moldes. Como argumentan muchos especialistas, no hay una única forma de ser hombre, del mismo modo que no la hay de ser mujer. Las personas somos diversas y cambiantes.
El propio Francer, quien pasó gran parte de su vida oculto tras una fachada de dureza impuesta, es testigo de esa liberación. Hoy lleva el pelo largo con tranquilidad. “Sé que algún día puedo volver a raparme, pero ya no será para esconderme”, dice.
Al final del diálogo con mi invitado, mientras en Libros y Café apuramos los últimos sorbos, surge una reflexión esperanzadora: Cuando un hombre se atreve a cambiar, ganamos todos.
Las mujeres ganan aliados más justos y respetuosos; los hijos e hijas ganan padres más cercanos y sensibles; la sociedad gana en empatía. Y el propio hombre gana la libertad de ser auténtico, de definirse por sus valores y no por viejos libretos. Quizá ahí reside la verdadera hombría: en la valentía de ser uno mismo, con camisa rosada o con tatuajes, con lágrimas o con sonrisas, pero siempre fiel a su esencia.
Entrestilos: Tu forma de vestir, una historia que contar.